Los falsificadores, película basada en la Segunda Guerra Mundial premiada en el Festival de Berlín, la Espiga de Plata del Festival de Valladolid, y un Oscar a la mejor película de habla no inglesa
EL DINERO COMO ARMA DE GUERRA
De todo ello, se deduce
que el ejército alemán a pesar de su discurso, era consciente de
sus limitaciones y por ello tenía la intención de contar con el
factor sorpresa más allá del campo de batalla, comprendiendo así
la importancia del aspecto económico para el sostenimiento de la
contienda.
Aunque al inicio de la
guerra no fuera más que un pequeño esbozo en la mente de Heinrich
Himmler y su subalterno Ernst Kaltenbrunner (favoritos del führer),
la Operación Bernhard comenzó a materializarse en 1942, pues eran
conscientes de que los alemanes no tenían capacidad para alargar la
guerra mucho más, por ello, decidieron servirse una vez más del
factor sorpresa haciendo frente a los gastos de la contienda a medida
que saboteaban la economía de los aliados mediante la fabricación
de dinero.
Tras nombrarse director
de la trama al comandante Bernhard Krueger en 1942, a pesar de reunir
un selecto grupo de peritos del Reichsbank y de la imprenta oficial
del Reich, tuvieron que reclutar entre los prisioneros a los mejores
impresores y al único falsificador profesional existente bajo la
promesa de una vida más fácil que el resto de reos. Uno de los
centros de producción más destacados fue el campo de Sachsenhausen.
El grueso de la
producción de dinero falso se basó en la Libra Esterlina, cuya
fabricación costò numerosas tentativas hasta que se dieron cuenta
de que la materia prima del soporte provenía de las colonias, por
este motivo utilizaron un algodón procedente de Turquía con el que
fabricaban trapos de limpieza consiguiendo resultados satisfactorios.
Resuelto el problema de la textura, espesor y opacidad del soporte,
se dedicaron a trabajar en la impresión de la marca de agua y de
cromatismos creando una serie de planchas perfectas para obtener la
imitación óptima en 1943.
Una vez que estuvieron seguros de la vulnerabilidad de las autoridades monetarias europeas, pusieron en circulación las falsificaciones mediante el blanqueo y una red de ricos hombres de negocios que inundaron el mercado internacional a través de transacciones destinadas a surtir a espías en el exterior, adquirir provisiones para el ejército en países neutrales, pagar a colaboradores en naciones ocupadas, y a la postre, arruinar la economía de los aliados gracias a este flujo de dinero. Pues rápidamente desecharon la idea de arrojas las falsificaciones sobre Inglaterra para que la población hiciera uso de ellas y provocar la temida inflación.
Hay que destacar que la
finalidad del dinero utilizado dependía en todo momento de las
categorías preestablecidas según el grado de perfección de los
billetes fabricados.
La producción falsa de
la libra que oscilaba entre 132 y 135 millones, haría que la
confianza de las entidades de todo el mundo en la libra se
tambaleara, por lo tanto el banco británico diseñó nuevos billetes
al tiempo que continuaban aceptando el dinero falso como verdadero
para retirar los billetes antiguos paulatinamente. Aún así, parece
ser que hasta hace relativamente poco algunas de estas
falsificaciones han seguido circulando por el Reino Unido.
Como cuando llegó la
hora de dedicarse a la fabricación del dólar, las condiciones
habían empeorado debido a que trabajaban de forma presurosa y
exhaustiva a causa del cerco trazado por los aliados y las tácticas
dilatorias de los reos para mantenerse con vida, porque estaban
convencidos de que morirían fusilados cuando finalizase su trabajo,
al ejército alemán no le quedó otra opción que desmantelar
rápidamente los lugares de trabajo para deshacerse de las pruebas.
Como hecho anecdótico
queda el caso de Elyesa Bazna conocido como “Cicerone”, el espía
mejor pagado con 300.000 Libras (en su mayoría falsas) que en 1954
denunció infructuosamente al gobierno federal por dicho engaño.
Por otro lado, desde el
punto de vista británico, también caben destacar miles de
falsificaciones de cartillas de racionamiento que éstos habían
arrojado sobre las ciudades alemanas arrasadas por los bombardeos
para quebrar la economía alemana.
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